El día que te perdiste
yo caminaba de tu mano.
No nos encontraban.
No se encuentran dos gotas de agua sobre el río.
Éramos dos, el fenómeno era diferente
al de sólo compartir un nombre
también era un abismo:
allá tus campos, acá mi mirada
compartían una mano en este trance gemelo.
Si todos los nombres del mundo fueran como el nuestro
ellos comprenderían el juego de perderse
nos buscarían en los puentes y no debajo
en la entrada del zoológico
en la carretera mirando el valle
en la madrugada
en la caleta al amanecer entre los congrios
en el cénit que se arrodilla sobre un glaciar
en la pupila del ciervo
en la gota de cordillera donde nace el río
no bajo el puente
no en la escarcha
no bajo la gravilla donde quizás se asomara nuestra piel
ahí, no en los jardines,
verían nuestras dos manos atadas
porque íbamos de camino al horizonte.
Tú decías mis consonantes para que me dejara arrastrar
y luego, un poco más allá, yo te arrastraba a ti
sólo con sonarlas.
Si tomábamos un atajo
- quédate -
era igual a detenernos.
Nos llamaban con nombres
- espera –
pero no eran el nuestro.
El día que te perdiste
íbamos camino al río
en el cielo un amanecer
nos entibiaba los labios
escuchábamos sus voces
- siéntate –
mientras nos tomábamos las manos
azules
para entrar en el agua.